miércoles, 27 de enero de 2010



Los rayos del sol acarician su piel, se cuelan, esquivos, por la cortina.
Las brumas del sueño pegadas aún en sus pestañas.
Ella, sin abrir los ojos, gira sobre sí misma, sintiendo el cosquilleo
de las sábanas enredándose en sus rodillas.
Y todo su alrededor huele a él. La abruma, la envuelve. Le hincha el corazón.
Huele a miradas silenciosas, a besos furtivos y a risas cómplices.
A él dibujando sinsentidos con el dedo índice sobre su espalda.
Y el roce casi fugaz de unos labios sobre su sien.
"¿Ya despertaste, bonita?"
Sonríe, porque cuando oye su voz no puede evitar el movimiento de sus labios.
Ella querría responder, pero no puede.
Sólo es capaz de acurrucarse más contra él, escondiendo su cabeza contra su cuello.
Sintiéndose segura entre los brazos que la rodean.
Le gustan los días junto a él porque puede detener el incansable tic-tac del reloj.

Y es que esto es tan simple, que ella va a sonreír hasta dónde les lleve el tiempo.
  • [Nunca me contaste que las noches podían tener tanta m.a.g.i.a]

lunes, 18 de enero de 2010

Oportunidades que se ven l.e.j.a.n.a.s



A veces, la vida nos da un golpe tan fuerte que hace que nos hundamos en un oscuro pozo.
Salir de ese pozo es imposible, no hay forma de hacerlo, pero siempre podemos matizar los contornos de éste, ofrecerle un poco de luz que nos señale aquella salida que nunca podremos usar.
Puede que sea un poco cruel, sí, ver como tenemos una escapatoria a pocos metros, pero por mucho que estiremos la mano, la salida se queda a pocos céntrimos de la punta de nuestros dedos.
Pero también es cierto que la eterna oscuridad acaba volviéndote ciego, y Adam ofrecía aquella pequeña luz a los que aún no se habían rendido totalmente.

[Y.o estoy buscando mi luz. Y t.ú provocas que tenga que entrecerrar mis ojos para mirarte]

miércoles, 13 de enero de 2010

¿Te conozco?



Hay una gran distinción entre la indiferencia y el odio.
Tú me eres indiferente. Sin s.e.n.t.i.m.i.e.n.t.o.s de por medio.
Te pierdes en mi memoria, en el rincón de recuerdos cubiertos por una capa de polvo. O.l.v.i.d.a.d.o.s.
No eres más que un tropezón, y ni siquiera me has raspado la rodilla.
Y te crees tan increíble que no te das cuenta de que eres otra h.u.e.l.l.a sobre el asfalto aún húmedo. Simplemente, otra capa de cemento te acabará cubriendo.
No hay e.t.e.r.n.i.d.a.d.

viernes, 8 de enero de 2010

Al b.o.r.d.e del precipicio


Cuando se despierta ya no está en su cama, y no tiene ni idea de porqué.
Sólo sabe que es pequeñita, terriblemente p.e.q.u.e.ñ.i.t.a (o puede que su entorno sea demasiado grande) y que está sentada en el borde de una taza. Todo a su alrededor es blanco, una extensión sin fin tan nívea que casi parece una luz cegadora.
Se pone de pie sobre el fino canto de aquella pieza de porcelana y comienza a caminar sobre ella, dando vueltas en aquel círculo una y otra vez. Avanza pasito a pasito, sin prisas, pues sabe que un pequeño descuido puede traer consecuencias de magnitudes inimaginables.
No sabe cuanto tiempo ha pasado, y ni siquiera sabe si en aquel lugar tan extraño existe el tiempo. Continúa caminando sobre el borde de la taza, recorriéndola una y otra vez, aprendiéndose de memoria cuantos pasos tiene aquel contorno.
Se le ocurre mirar hacia abajo, dentro de la taza, y un gran charco de agua en calma le devuelve la mirada. A su derecha, en cambio, no está segura de lo que hay, pues aquel gran a.b.i.s.m.o sin término sigue siendo tan blanco como cuando ha abierto los ojos, y no sabe si habrá un suelo esperando tras su caída, o caerá eternamente.
Se pone nerviosa y sus pies se aceleran, se tambalea, estira los brazos – como si quisiera volar – intentando mantener el e.q.u.i.l.i.b.r.i.o. Pero es en vano. Sus pies se trastabillan y su cuerpo se balancea como el péndulo de un reloj, sabe que va a caer, sabe que sólo tiene dos posibilidades, y ambas le asustan.
Ahora mismo, lo único que tiene claro es que está al b.o.r.d.e del precipicio.