domingo, 28 de marzo de 2010

Cállate, t i e m p o.



Odio los Domingos. Sí, definitivamente los odio.
¿Es que nadie va a hacer callar al madito reloj? ¿Nadie va a detener el tiempo, aunque solo sea un ratito más? Seguro que crees que estoy exagerando, pero casi me siento como una condenada con la soga al cuello. No te rías, ya te he dicho que quizás exageraba. Pero te aseguro que la opresión que se va formando en mi pecho cada vez que pasan los minutos es muy real.
No quiero que te vayas, no quiero tener que esperar hasta el Jueves para volver a verte, aunque tú me intentes animar diciéndome que hablamos cada día. No es lo mismo, no me despertarás por las mañanas haciéndome cosquillas, ni sonreiré por el mero hecho de que tú sonríes.
Es que simplemente no puedo explicar con palabras lo que siento cuando sé que me estás mirando, aunque yo no te vea. Y me giro y sí, me miras. Podemos estar cada uno en una punta de la sala, rodeados de gente, pero si clavas tu mirada en la mía con esa intensidad, se me olvida todo. Simplemente tú me hechizas y lo demás se difumina.
Y me das el último beso hasta que nos volvamos a ver, ese que tiene un gusto un tanto agridulce. Y bebo de el con ansia, porque vas a m.a.t.a.r.m.e de sed hasta el próximo.

[y ya me ves, haciendo una cuenta atrás con las horas.]

jueves, 25 de marzo de 2010

F r a c a s o s


"Me voy, seguramente no vendré a dormir."
Esta es la frase más larga que te he dirigido en toda la semana, y ni siquiera te la estoy diciendo frente a frente. La despedida queda escrita en un post-it naranja que pego en el espejo de tu habitación. Quizás seas consciente de mi nota si te ves reflejada en ella.
Nos mostramos esta actitud educada y distante, como si solo fuésemos desconocidos que comparten un extraño lazo familiar. Casualidades del destino.
Se suponía que tú tenías que ser la persona que más velase por mí. La que me apoyase por encima de todo. ¿Entonces, por qué me muestras un fracaso tras otro? ¿Por qué todo son decepciones? Y lo peor de todo, ¿por qué siento que ya no me importa? Es como si me hubiese vuelto insensible a tu indiferencia premeditada, ya no me duele, me he acostumbrado tanto a que me acabes decepcionado que, cuando lo vuelves a hacer, es algo que ya no me sorprende. Solo algo que añadir a la lista.
¿No he cumplido tus expectativas? Lo siento, me enfrasqué en cumplir las mías.
Y mientras pienso en esto, caminando con rapidez (para dejar atrás el desaliento), no puedo evitar juguetear con el móvil, tocándolo sin sacarlo del bolsillo. En el fondo, tengo esa esperanza infantil de que llames para saber dónde estoy. No hay suerte, pero he sido sincera al decirte que ya no me sorprende.

[Y va llegando mi hora de r.e.g.r.e.s.a.r de Nunca Jamás.]

lunes, 22 de marzo de 2010

Los recuerdos no se o l v i d a n de ti


Recuerdo el día en el que me juré que aquella era la última vez que iba a pensar en ti. Gracioso, ¿verdad? Porque aquí estoy, pensando en ese día y recordándote en el proceso.
Puede que sea porque hace ya dos años – cómo pasa el tiempo – que decidimos que era mejor continuar nuestros caminos por separado. Muy lejos el uno del otro.
Es extraño pensar en ti, verte cuando es inevitable que lo haga, y saludarte con un hola distante y frío. Como si nunca hubiésemos confiado el uno en el otro de la forma en la cual lo hicimos tú y yo.
Pero no puedo evitarlo, no encuentro por ningún lado todo ese amor que te tuve una vez, creo que simplemente se ha esmufado, o que solo fue una ilusión en la que quise creer ciegamente.
Tú fuiste un gran apoyo, lo sabes, y es algo que siempre voy a agradecerte. Fuiste como la luz que emergió de entre las brumas en el peor momento de mi vida, y puede que por eso me aferrase a ti tan fuertemente. Como ya te he dicho (y perdona que me repita), me cegué.
Luego entramos en ese espiral que se me empezó a escurrir entre los dedos. Seguramente, lo nuestro estaba destinado al fracaso desde un principio, pues bien sabías que cuando yo estaba contigo no podía olvidarme de que tú eras quien me había sacado del pozo, como si hubiese una conexión enfermiza entre la persona que más bien me hacía y el peor episodio de mi historia. Y el día en el que tú no confiaste en mí, fue el desencadenante del final, y así me fuí, casi sin decir adiós y apartando las ganas de llorar. Hoy pienso que tan solo eran lágrimas de cocodrilo que escondían mis ansias por huír, por aprovechar aquella excusa que aparecía ante mí y salir de escena antes de que aquella nube de sentimientos acabase por hacerme explotar.
Y ese día, en el que me obligué a olvidarte. Con los restos del frío como única compañía, me saqué la pulsera de hierro que tú habías puesto en mi muñeca. Cuando el tacto de ésta se alejó de mi piel sentí como si hubiese liberado alguna extraña opresión que hacía eco en mi cabeza y, sin ni siquiera pararme a pensar en lo que hacía, arrojé la pulsera al río, viendo cómo caía salpicando levemente y haciendo un plop al impactar contra el agua.
Sí, lo sé, es absurdo. ¿Pero, a caso nuestra extraña historia no merecía un final así de dramático? Yo creí fervientemente que el peso de los recuerdos también se hundiría hasta el fondo del agua. ¡Qué i.n.
g.e.n.u.a!

jueves, 18 de marzo de 2010

Simplemente, no p u e d e s.



No puedes entregármelo todo para luego irte.
No voy a dejar que te vayas así, de repente,
cuando mi corazón se ha acostumbrado a latir
después de escuchar el tic-tac del tuyo.
No esperes que pueda habituarme a caminar
sin tu pulgar acariciando la palma de mi mano.
Ni a que vuelvan a ser mis brazos los que estrechen
mi cuerpo entre las calles frías.
No me lo quites de un tirón.
Estos sentimientos son míos. No puedes arrebatármelos.
Simplemente, no puedes.
Así que, por favor, deja que me pierda en tus ojos una última vez.
No podría soportar una marcha r.e.p.e.n.t.i.n.a.

sábado, 13 de marzo de 2010

En mis p r o f u n d i d a d e s


Deja que me esconda entre tus brazos, no preguntes, solamente necesito cubrir mi rostro contra tu pecho durante un rato. Abrázame y deja que las caricias se pierdan en mi espalda.
No, de verdad, no preguntes, no aún. Primero necesito aturdime con tu olor, con esa mezcla de champú y colonia que tanto me gusta. Que tu calor se vuelva el mío y me aleje de este frío que me está paralizando. Que tus labios se apoyen en mi coronilla y me susurren tan bajito que me pierda la mitad de las palabras.
Solo necesito ser yo misma durante un minuto, mostrarte todas mis dudas, toda mi vulnerabilidad y, sobretodo, mostrarte el m.i.e.d.o que me da mostrártelo todo.

lunes, 8 de marzo de 2010

No lo digas


Se acurruca buscando el calor de su propio cuerpo. No lo encuentra, es como respirar bocanadas de aire helado. Le rompen los huesos, las esquirlas se le clavan en la piel, profundas. Se apoya contra la pared y se deja caer, los pies ya no le aguantan el peso que lleva sobre los hombros. El yeso desconchado del tabique le araña la espalda, pero ella no lo nota, hace años que le dijo a su piel que se volviese de acero. Ella es un caparazón, la armadura de una sombra que se desintegra con el paso de los días.
La maldita voz de su conciencia no se calla, sigue allí dentro, en su cabeza, recordándole la misma frase montones de veces.
No sirves para n.a.da.

No sirves para n.a.d.a.

No sirves para n.a.d.a.

Adopta diferentes tonos, diferentes caras, pero las palabras siguen martilleando con fuerza en su interior, hacen eco dentro de la armadura, rebotan y se repiten sin descanso. No hay silencio para ella.
Se lleva ambas manos a las orejas y aprieta muy fuerte, entonces, grita. G.r.i.t.a expulsando todo el aire que le oprime el pecho, dejando que el sonido ascienda por toda la habitación.
Y sigue siendo tan crédula que de verdad piensa que tapándose los oídos y gritando tan fuerte, va a conseguir ahogar sus pensamientos.

[entonces, es cuando quieres volar y te a.r.r.a.n.c.a.n las alas]

jueves, 4 de marzo de 2010

R e a l i d a d


Hace días que noto que todo es diferente. No sé si mejor o peor, tan solo distinto.
Me llamas y puedo pasar horas – tan largas como segundos – mirando el techo, mientras la cadencia de tu voz me susurra al oído. Y a veces nos quedamos en silencio, y me gusta escuchar cómo respiras, me siento acompañada, como si estuvieses junto a mí, a mi lado en la cama.
En realidad sé que estás lejos, y que aún faltan tres interminables días para que nos volvamos a ver.
Es tan extraño, porque mientras una parte de mí se desespera ante las setenta y dos horas más largas jamás vividas, la otra se detiene y piensa en lo que está pasando. "¿Te reconoces a ti misma?" me susurra. Y no, no lo hago. Me asusta un poco depender así de alguien, anhelarte tanto, pero no puedo evitarlo.
Entonces pasan esas horas eternas, te veo y me saludas con un abrazo. Me das un beso en la coronilla y una exótica espiral de emociones se retuerce en mi interior. Nunca antes habías hecho eso, es más, nunca antes ningún chico había hecho eso. Eres el primero en hacerlo. Y parece un detalle raro, insignificante, como si fuese tan solo un simple beso más que se suma a la larga lista de los que ya me has dado, pero a mí me sabe distinto.


[Y entonces entiendo que lo que ha c.a.m.b.i.a.d.o somos tú y yo.]

lunes, 1 de marzo de 2010

Distancias que se acortan



Escapo. Porque soy cobarde, porque no me atrevo.
Agacho la mirada y te regalo una victoria muda. Tú ganaste.
Me alejo. Porque tengo miedo, porque me asusta bordear el camino.
Y ríete de mi miseria. Pisotea mis ruinas. Saborea tu premio.
Huyo a kilómetros de ti. Mantengo la distancia que me pide mi c.o.r.d.u.r.a.
Y me miro en el espejo, y el reflejo me devuelve una mirada que empaña la sonrisa de mis ojos.
Entonces, me doy cuenta de mis errores.
Seguiré corriendo. Guiaré mis pasos en tu dirección contraria.
Pero jamás me avisaste de que no podría escapar de mí misma.
Por eso, huyo a kilómetros de mí. Aunque lejos es demasiado cerca.