viernes, 26 de febrero de 2010

P i e z a s


Tú crees que estoy mirando a través de la ventana. Otra vez perdida en mi mundo, dices. Pero no sabes lo equivocado que estás, ni siquiera imaginas que realmente estoy mirando tu reflejo, a mi espalda, en el cristal. Te observo desenfocado mientras tecleas rápidamente en el ordenador, resoplando porque tienes que hacer papeleo en tu fin de semana. Me río recordándote que tu fin de semana siempre dura cuatro días.
Resoplas más alto y te levantas, perdiéndote de mi vista y obligándome a que por primera vez me fije en las calles. No hay nadie, es un mediodía de domingo helado y solitario.
Oigo tu voz a lo lejos, me dices que tengo todas mis cosas esparcidas por el baño. Bueno, puede que en eso tengas razón – aunque exageres –, puede que al salir de la ducha se me hayan olvidado un par de cosas por allí, como el peine y mi spray para desenredar. Es mi turno de resoplar y de murmurar bajito que eres un quejica.
Me acerco hacia el baño para recoger mi ordenado caos, pero antes de que pueda hacer nada, me abrazas por la espalda, colocando tus manos sobre mis muñecas, como si acabaras de esposarme. Veo nuestro reflejo sobre el espejo del baño y me estremezco.
- Si quieres, puedes dejar tus cosas aquí para cuando vuelvas, así no tienes que traerlas siempre. - Me susurras flojito, apoyando tus labios sobre el lóbulo de mi oreja. Y me estremezco más.
- ¿Quién te ha dicho que voy a volver? - Te susurro de vuelta y me río.
Me miras mal, en broma, pero luego sonríes y haces que me de la vuelta. Me pierdo en tus l.a.b.i.o.s.
Y no dices nada más, porque yo no he cogido mis cosas y allí se quedan, esperando a que nos volvamos a ver.

[que me e.n.c.a.n.t.a.s]


martes, 23 de febrero de 2010

Reencuentros



Me llamas y me dices que quieres verme. Me pierdo un segundo – que parece eterno – en mis recuerdos. En los diecisiete años que hemos compartido y los dos que llevamos sin vernos. Escogemos lugar, día y hora.
Y allí estoy yo, cinco días después, apoyada contra la pared del bar y encogiéndome dentro del abrigo para que el frío no me consuma. Miro el reloj y veo que casi pasan diez minutos de la hora acordada, y por un momento me pregunto si no te habrás olvidado de mí. En ese instante te veo, corres por el paso de peatones mientras te acercas a mí y empiezas a disculparte, porque te han entretenido en el trabajo.
No has cambiado nada, estás como siempre, y eso hace que me vuelva a sentir muy niña. Que mi mente vuele lejos, hacia tardes de verano que queríamos que fuesen interminables, hasta las confesiones del primer beso y hacia todos aquellos momentos que hemos compartido.
Entramos y escogemos una mesa algo alejada, porque queremos tranquilidad para poder hablar de todo y de nada. Nos contamos cómo nos va; los avances.
Se instala un pequeño silencio, empiezo a sentirme un poco incómoda y a preguntarme si de verdad las cosas pueden ser como antes. Y justo cuando estoy perdida en este pensamiento, te das cuenta de que la camarera ni siquiera nos ha visto, y te levantas para ir a pedir a la barra. Te pido una coca-cola.
- Sin limón, ¿verdad?
Algo me golpea el pecho y tengo que parpadear fuerte para que no notes que la pregunta me ha calado. Asiento y tú te alejas. Y entonces me doy cuenta de que venir no ha sido un error.
Porque, quizás a muchas personas les parecería una tontería, pero a mí me emociona que aunque hayamos pasado setencientos días sin vernos, tú sigas recordando detalles tan i.n.
t.r.a.s.c.e.n.d.e.n.t.e.s como que no soporto beber coca-cola con limón.




martes, 9 de febrero de 2010


He llegado a ese momento de mi vida en el que me encuentro en una encrucijada. No puedo pasar más tiempo saltando el muro; necesito derrumbarlo.
No sé de dónde sacar la fuerza - y ni siquiera creo tenerla - sólo estoy segura de que tengo que encontrar la forma de conseguirlo.
Me he quedado anclada en un pasado que nunca se aleja, y la vida sigue pasando, pero yo no logro avanzar con ella.
Tengo que hacer un esfuerzo y alejarme del fondo del pozo, porque aunque esté decorado para que me resulte acogedor, no es más que un refugio temporal que ya se ha alargado demasiado.
He dado media vuelta sobre mí misma, dejando lo que vendrá a mis espaldas, y clavando los ojos en todos aquellos recuerdos.
Y a veces me pregunto cómo sería volver a encontrarte ahora, me imagino la escena en mi cabeza, como si realmente estuviese sucediendo.
Te cogería de la mano, fuerte, muy fuerte, y te miraría a los ojos. “¿Eres feliz?” Porque de verdad necesito saberlo.
“¿Te dejé caer, o soltaste mi mano para saltar?”
Y entonces, sólo entonces, creo que sería capaz de dejar que todo este peso se diluyese, porque tú siempre fuiste la ú.n.i.c.a que supo ver mis lágrimas antes de que cayesen.

jueves, 4 de febrero de 2010


Puede que fueras demasiado mágico para un mundo tan humano.
23 días de vida y una eternidad de recuerdos.

[Siempre estarás en las estrellas, chiquitín]